Tal es la magnitud de este fenómeno que, por primera vez en la planificación oficial de la Generalitat, la gestión forestal vinculada a la recuperación del agua azul en Cataluña se ha incluido explícitamente en la Estrategia Catalana de Adaptación al Cambio Climático para los próximos siete años (Escacc30) que el gobierno aprobó el enero pasado, y que da continuidad a la Escacc20 que se impulsó el 2012 para el horizonte 2020. En concreto, el documento señala la necesidad de “coordinar la planificación forestal con la planificación hidrológica poniendo de relieve el papel de los bosques en la regulación del ciclo de la agua”. Dedo de otra manera, según el experto la dejadez en la gestión forestal está reduciendo también la aportación de agua al país. “Para tener más agua en nuestros ríos, hay que volver a hacer una gestión del territorio”, insistía a grandes rasgos, puesto que ahora mismo, todo y la contención en el consumo doméstico e industrial, hay un “riesgo alto”, según el documento, que la disponibilidad no pueda saciar todas las demandas y se incumpla el régimen de caudales ambientales mínimos en los ríos catalanes.
El informe ForesTime, elaborado el febrero del 2020 por encargo de su oficina, constataba que entre el 1990 y el 2014 bajó un 29% la generación de escorrentius a las cuencas fluviales catalanas, sobre todo a las internas; es decir, el que se denomina “agua azul en cabecera”, al mismo tiempo, eso sí, que bajaba la erosión del suelo a causa del aumento de la densidad de árboles. El estudio, en cambio, constataba que en el mismo periodo se había retardado un 17% la capacidad de absorción de CO₂ por parte de los bosques, fenómeno que se atribuye al hecho que están “estresados”. “Hay muchos árboles y tienen que competir por la poca agua y materia orgánica que encuentran al suelo; en cambio, si reduces la densidad, los que quedan crecen mejor”, subrayaba Borràs, que concluía: “En el territorio no hay que plantar árboles, tenemos más que suficientes.”
Otra observación que figura en la documentación anexa a la Escacc30 analiza el caudal del Ter, por ejemplo, que en una serie de datos recogidos entre el 1971 y el 2013 se calcula que perdió entre el 15% y el 20% por razón del agua que absorbe la vegetación de su cuenca. Otros ríos como la Muga y el Segre, este el que más cuenca drenante y más aportación nival tiene de Cataluña, también han perdido un caudal circulante importante desde el 1959, de hasta el 91% del Segre en Balaguer, en buena parte también por la evapotranspiración.
En el mismo sentido, un modelo publicado por el proyecto europeo Medacc deja claro que, en estos tres ríos, el caudal real generado por la misma cantidad de precipitación ha ido bajando en los últimos años a causa del proceso de reforestación y colonización espontánea del bosque en las respectivas cuencas. Así, la proyección indica a la Muga que si la caída del régimen pluviométrico se tendría que haber traducido en una bajada del 30% del caudal, en realidad fue del 49%. A la cuenca del Ter, la diferencia fue menor (del 35% al 29%), pero también significativa.
La caída de las aguas azules coincidió en estas cuencas con el aumento de la reforestación por el cambio de usos del suelo del 1970 al 2005. En estos 35 años, a la Muga aumentó un 20% la masa forestal, un 6% al Ter y un 5% en el Segre, a causa del abandono de suelo agrícola, la reforestación y la expansión urbana. “En la mayoría de bosques catalanes no se hace gestión”, cierra Borràs, que lo atribuye a razones como la atomización de la propiedad, el escaso rédito de las explotaciones y el despoblamiento. “Y cuanto más masas boscosas sin gestionar, más agua se va a la atmósfera”, alertaba..