Los resultados del estudio muestran que estas especies han desarrollado estrategias diferentes para hacer frente a periodos de escasez de lluvias. Por un lado, Martín explica que el pino rojo tiene un gran control sobre sus estomas, que se cierran rápidamente al detectar la carencia de agua y se vuelven a abrir una vez las condiciones hídricas se han restablecido. "Se trata de una especie con un comportamiento ahorrador que le permite protegerse de la cavitación (colapso de los vasos conductores) y evitar la desecación de hojas, ramas y tronco", indica. Asociado a este comportamiento, destaca que el pino desarrolla unas raíces más superficiales que le permiten aprovechar la intermitencia de las precipitaciones.
Por otro lado, los robles presentan "una estrategia mucho más derrochadora con bajo control sobre sus estomas, que se mantienen abiertos durante los periodos más largos de sequía, haciéndolos más sensibles a la cavitación y deshidratación de los tejidos", subraya. Una vez afectados por la sequía los cuesta más recuperarse y es por eso que, tal como señala Martín, desarrollan un sistema de raíces más profundo que garantice fuentes de agua más establos.
La investigadora subraya que, en este caso, "no existe una especie más resistente en la sequía que la otra, teniendo en cuenta que su adaptación será más o menos favorable en función del régimen de precipitaciones o de las reservas de agua en el subsuelo". De esta forma, concluye que "conocer en profundidad el comportamiento de las diferentes especies permite desarrollar mejores propuestas de gestión forestal para hacer frente a los cambios climáticos del futuro".